Inspiración Rafael de Rojas
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El Loira, de castillo en castillo

Auténtico escenario de cuento gracias a su insuperable concentración de castillos y palacios con hermosos paisajes imposibles de fondo, el Valle del Loira es el destino perfecto para una escapada en Francia.

Conocida como Loire à Vélo, la ruta en bici por el valle se extiende por 800 kilómetros / foto: ADT Touraine, David Darrault

Una bicicleta sale de entre los viñedos para recorrer el camino que serpentea paralelo al río. La luz toscana refleja en el agua los muros blancos de un palacio renacentista. Es una de las 1.833 horas de sol anuales que le sacan reflejos plateados al Loira, cuya ribera está salpicada de pueblos medievales y palacios con jardines de cuento por los que pasearon varias generaciones de reyes de Francia. Declarado Patrimonio de la Humanidad “por sus paisajes vivos”, el Valle del Loira propone una ruta reposada que contagia su majestuosidad a los viajeros. Se puede hacer en bicicleta (la ruta La Loire à Vélo está exhaustivamente preparada) o en coche, de castillo en castillo y con paradas en algunos de los restaurantes y bodegas que poseen el secreto de la bonne vie francesa.

Es prácticamente imposible abarcar todo esa riqueza patrimonial y paisajística en un solo viaje, pero una ruta que incluya los palacios más significativos, de oeste a este, podría empezar en el parque natural Loire-Anjou-Touraine, entre las ciudades medievales de Angers y Tours. Con 271.000 hectáreas protegidas, entre viñedos y bosques, el área propone sorpresas como los kilómetros de galerías subterráneas visitables, las 396 especies de mariposas y la 186 de aves, como la emblemática águila pescadora, que vive en las orillas de los múltiples afluentes del Loira que surcan el Parque.

El Château de Langeais y su colección de arte fueron donados al Institut de France por su último propietario, Jacques Siegfried, en 1886 / foto: ADT Touraine, Renaud WhoisReno - Loeuillet

En estas aguas se reflejan la fachada de grandes ventanales y torres picudas de uno de los castillos más fotogénicos, el de Azay le Rideau, que parece estar flotando sobre el río Indra, en la pequeña isla sobre la que lo mandó erigir Francisco I en el siglo XVI. No muy lejos de allí, se pueden visitar las largas galerías del castillo de Villandry y el que se considera el jardín más bello de Francia, con su parque histórico dibujado por hileras de setos, su delicada orangerie (un invernadero de piedra acristalado) y su jardín acuático.

En el mismo espacio protegido, el castillo de Saumur es un baluarte de planta gótica que se erige en la confluencia de los ríos Loira y Thouet, sobre las casitas blancas con tejados de pizarra de la localidad a la que le da nombre. A finales de septiembre acoge la Nuit de la Bulle (la Noche de las burbujas), que culmina el Festivini, un festival veraniego dedicado a la comida y el vino. La visita a la zona se puede completar con un recorrido por los Châteaux de Ussé (en cuyas azuladas cúspides se inspiró Perrault para los escenarios de “La bella durmiente”) y Langeais, con las ruinas de la torre del homenaje más antigua de Francia y 15 estancias decoradas con grandes cofres y suntuosos tapices. 

Los jardines del Château de Ussé fueron diseñados por André Le Notre, arquitecto paisajista responsable, también, de los de Versalles / foto: ADT Touraine, Jean-Christophe Coutand

Pasada Tours, la siguiente parada es Amboise, donde dos palacios contiguos son pura historia de Francia: el Château Royal, la residencia de Francisco I, el rey modernizador que tiene mucho que ver con la eclosión palaciega del Loira, y Clos Lucé, donde residió Leonardo Da Vinci bajo el mecenazgo del monarca. Ambos edificios resumen el espíritu de esta ribera con su contraste: el primero es una inexpugnable fortaleza de majestuosas hechuras y el segundo un delicado palacete rodeado de un frondoso y romántico jardín atravesado por brazos de agua. Ambos se comunican por un túnel de 500 metros con el que Leonardo y el rey se visitaban a diario. Clos Lucé conserva las estancias en las que trabajaba el genio renacentista y las ha decorado con una exposición sobre sus creaciones y utensilios.

El Château de Chenonceau fue construido entre 1513 y 1517 por Thomas Bohier. Su mujer, Catherine Briçonnet, influyó enormemente en el diseño / foto: ADT Touraine, Gillard et Vincent

Al final de sus jardines, en lo que fuera un edificio de servicio, el restaurante Auberge du Prieuré recupera la cocina de la época, como el hocher pot, una combinación de cerdo, vaca y 14 especias llegadas de Asia, tan de moda en la época del vegetariano Da Vinci. Desde aquí, también se puede hacer un desvío para conocer las peculiares bodegas en cuevas de Vouvray o Montlouis-sur-Loire.

Al sur de Amboise, el Château de Chenonceau cuenta con la fama de ofrecer los mejores atardeceres sobre los viñedos y los paisajes boscosos desde su mirador, mientras que en el castillo de Montpoupon, habitado por la familia Motte Saint-Pierre, propietaria del lugar desde la Revolución Francesa, conoceremos el origen de la casa Hermés.

Los jardines del Château de Clos Lucé recrean creaciones de Da Vinci en un ambiente mágico / foto: ADT Touraine, Léonard de Serres

Al este de Amboise, camino de Blois, el Château de Chaumont sur Loire cuenta con una dilatada historia defensiva (su edificación original es del siglo X) y unos delicados detalles escultóricos en su interior, con chimeneas, escaleras y gárgolas esculpidas en piedra blanca que le dan un aire gótico. Es también la sede del Festival Internacional de Jardines, que se celebra en su cautivador parque secundario Le Goualoup, que, junto con su parque principal, reúne varios ejemplares declarados “Árboles únicos”.

Al salir de allí, la ciudad de Blois, que extiende su caserío bien conservado a lo largo del Loira, está pidiendo una reposada visita. En ella, lo más impresionante es el castillo homónimo, residencia de los reyes de Francia, que reúne en un solo espacio los estilos gótico, gótico flamígero, renacentista italiano y clásico. Abundan detalles de extremada fineza como la teatral y ornamentada escalera de caracol, exterior y protegida por una estructura octogonal, que es a la vez escalera y mirador, y que permite observar el exterior y permitía ver al rey (a Francisco I, quien la encargo) subir y bajar. Entre abril y septiembre vale la pena pernoctar en Blois solo por asistir al espectáculo nocturno de luz y sonido que redibuja el castillo.

Hacia el este, los châteaux se siguen sucediendo cada uno con su personalidad, como el de Cheverny, el más proporcionado de todos, de medidas perfectas; el de Chambord, el más grande a pesar de estar inconcluso; y, antes de Orleans, el de Meung-sur-Loire, el segundo más grande del valle, con 130 estancias. Su túnel subterráneo está lleno de secretos, como muchos de los castillos, ciudades encantadoras y paisajes ribereños que inevitablemente se quedan siempre para un próximo viaje alrededor de los 1.000 kilómetros que recorre el río más fértil del mundo en patrimonio.