Tel Aviv: Modelo de modernidad
Tel Aviv celebra 20 años de la declaración de su Ciudad Blanca, con su conjunto arquitectónico ligado a la Bauhaus, como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
El trabajo que los arquitectos europeos realizaron en Tel Aviv durante los años 30 y 40 del siglo XX es sencillamente extraordinario: un conjunto arquitectónico único en el mundo que encontró el laboratorio perfecto en esta ciudad donde todo estaba por hacer. Tel Aviv nació en 1909 y se desarrolló durante las cuatro décadas siguientes. Todavía no existía el estado de Israel (creado en 1948) cuando el urbanista escocés Patrick Geddes trazó en 1925 la llamada Ciudad Blanca, que ofrecía una gran calidad de vida gracias a sus jardines y a una calculada separación entre calles residenciales y comerciales. Un Shangri-La para el movimiento moderno a orillas del Mediterráneo, donde aterrizó un nutrido grupo de arquitectos.

Algunos huían de la Alemania nazi llevando consigo las enseñanzas de la Bauhaus (1919-1933), la revolucionaria escuela nacida en Weimar hace más de 100 años con Walter Gropius al mando y un claro objetivo: la defensa de la obra de arte total, la unión entre arte y diseño en una estética que apostaba por la función social de la arquitectura y los materiales asequibles. Otros partieron desde diferentes puntos de Europa para enriquecer el Estilo Internacional, en el que confluyen las influencias de Le Corbusier, Mies van der Rohe o Richard Neutra. “Llegaron desde Europa del este, central y occidental, de ahí que Tel Aviv sea una mezcla de todas esas influencias. El resultado es un lenguaje muy rico, adaptado a las necesidades locales. Una muestra encapsulada de todo el movimiento moderno europeo”, explica Nitza Metzger-Szmuk. Esta veterana arquitecta es toda una institución en Tel Aviv, responsable del plan de conservación y artífice de la candidatura de la Ciudad Blanca a Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que cumple este año dos décadas.

El área protegida tiene casi 4 km2 y 4000 edificios en el centro histórico. Recorrerla es como colarse en un álbum de fotos del movimiento moderno, moldeado por el clima de este rincón del mundo, desértico y mediterráneo. El color blanco protege del sol, las ventanas retranqueadas mitigan el calor, los largos balcones reciben la brisa del mar. Los tejados siempre planos y el diseño muy pensado, desde los buzones hasta los pomos de las puertas. Todo medido, integrado. Y conservado desde que en los 90 se puso en marcha el plan de Nitza, que ahora dirige su propio estudio y apuesta por “tener más control sobre el contexto urbano y mantener los edificios en su estado original, sin añadidos”.
Quien quiera conocer los principales edificios de la Ciudad Blanca, entre ellos las casas Avraham Soskin, Rubinsky, Elishav, Braun-Rabinsky o Ehrlich, debe visitar el Bauhaus Center de Tel Aviv. Sus rutas guiadas explican cómo, además de un buen diseño, crearon un cohesionado paisaje urbano sin precedentes. “Buscaban soluciones funcionales constantemente y eso dio lugar a elementos muy creativos como proyectar cornisas alrededor de los edificios para dar sombra, perforar los balcones para ayudar a la ventilación natural o reconfigurar las ventanas para equilibrar la luz y el flujo de aire”, apunta Micha Gross, director y cofundador del centro. Ada Segre, experta en paisajismo y autora de un libro sobre los jardines de la Ciudad Blanca, recuerda cómo en 1936 una regulación obligó a construir las casas sobre pilares, de modo que se creó un jardín, un patio cubierto en la planta baja y un gran lobby en cada edificio. Una secuencia de tres espacios comunes para acostumbrarse a la luz al entrar y al salir, con sombra, ventilación y naturaleza. “Este inteligente sistema también aportaba una función social: los vecinos charlaban en los patios cubiertos, sentados a la sombra. Ahora tenemos aire acondicionado e internet; antes necesitaban esos lugares para socializar”, indica.

La ciudad completó la restauración de Dizengoff Circus justo a tiempo para el 100 cumpleaños de la escuela alemana. “Esta es seguramente la única plaza Bauhaus del mundo, sorprendente por su sencillo diseño: un espacio circular rodeado de edificios casi idénticos con largos balcones curvilíneos”, subraya Micha. También Dizengoff es especial para Alisa Veksler, comisaria del Centro Bauhaus. “Genia Averbuch tenía solo 25 años cuando la diseñó en 1934. Pensar que una arquitecta tan joven destacó en una disciplina entonces liderada por hombres es increíble. El edificio del Hotel Cinema y la propia plaza son las joyas de la Ciudad Blanca”. Alisa se empeña en explicar que progreso, innovación y cambio fueron la clave del movimiento moderno. Y que estos edificios no tienen por qué ser cúbicos o asimétricos, sino funcionales y duraderos. “Nuestro objetivo es mostrar este legado para que la gente entienda por qué debemos preservarlo. La arquitectura es la cara social y cultural de esta tierra”. ¿Un consejo para visitar la Ciudad Blanca? “Mirar hacia arriba, porque por encima de las tiendas y el tráfico se esconden los edificios más increíbles de Tel Aviv".
