Budapest, la esencia de Europa
Un río para navegarlo descubriendo sus orillas, balnearios para relajarse y una propuesta gastronómica única: la capital húngara es el destino perfecto para disfrutar. Vuela por 20.000 (ida y vuelta)

Historia centenaria, y húmeda, con las aguas termales de las que ya disfrutaban los romanos. También historia reciente, y moderna, de reconversión, con una propuesta de bares únicos en Europa surgidos, casi literalmente, de las cenizas de los viejos edificios abandonados. Budapest no es ya esa capital del Este desconocida e imprevista, sino un destino afianzado durante años como lugar perfecto para dedicarle una escapada, tres, cuatro días, o más, por supuesto, según la disponibilidad.
Buda, la antigua capital húngara, señorial, elitista, monumental, presidida por el castillo de Buda, antiguo palacio real, y Pest, vibrante, populosa, donde viven la mayoría de los vecinos de la ciudad. Ambas históricamente separadas. Tanto que se llegaba de una a otra en barco, atravesando el Danubio en horizontal. Hoy el río sigue repleto de embarcaciones, pero que lo suben y lo bajan, porque recorrerlo es probablemente la mejor forma de disfrutar de las vistas de la ciudad y de ver, desde la equidistancia del río, la neutralidad del agua como si fuesen aguas internacionales, ambas orillas. Buda y Pest están hoy enlazadas, como puntadas de piedra y hierro, por puentes. El más famoso, el de Széchenyi, el puente de las Cadenas, se espera que reabra en agosto de 2023 tras sus obras de restauración. Atravesarlo, o contemplarlo desde la altura, sobre todo al anochecer, con el castillo de Buda de fondo, es también indispensable cuando se visita la ciudad. El puente unió ambas orillas, ambos mundos, a mitad del siglo XIX. El que hoy se atraviesa no es el original –todos los puentes fueron bombardeados durante la Segunda Guerra Mundial–, pero la sensación de cruzar de una a otra ciudad sigue siendo la misma. El de Margarita, que conecta la Isla de Margarita con la ciudad, ofrece excelentes panorámicas del castillo y el Parlamento. En Buda está el castillo, y el Bastión de los Pescadores, el mirador más famoso. En Pest, el Parlamento y la Ópera, que reabre del 11 al 14 de marzo con una serie de eventos programados durante cuatro días. Lo mejor es que no es necesario elegir. Ambas orillas se complementan.

Hay una Budapest, famosa desde la época romana, cuando se descubrió, que no divide el agua, sino que vive con el agua. La de los balnearios donde se disfruta, desde la relajación hasta las celebraciones familiares en Hungría, de las aguas termales que fluyen bajo la ciudad. En Buda está el Géllert, el más simbólico, localizado en el hotel homónimo. Lo hemos visto en infinidad de revistas, en películas y en anuncios. Su piscina central rodeada de columnas es una de las más famosas del mundo. En la zona de Pest también hay balnearios, como el Széchenyi, con 21 piscinas, tres de ellas al aire libre, y otros de tipo turco, huella de la época otomana, entre ellos Veli Bej o el balneario de Rudas.

Pero algo sí tiene Pest que no tiene Buda: sus ruins bars. Hace ya dos décadas que abrió el primero de ellos, Little Szimpla, en el barrio judío, oficialmente el Distrito VII. En el mismo, presidido por la sinagoga Dohány, la más grande de Europa con sus torreones de 44 metros de altura, símbolo del distrito, empezaron, con el Little Szimpla a la cabeza, a abrirse locales en edificios abandonados. Con una programación cultural de cine, teatro, música, talleres e incluso mercadillos, muchos sirven también comida. Platos típicos como el goulash, sopa densa de carne, el plato nacional del país, el csirkepaprikás, pollo guisado con pimentón y nata y verduras o el lángos, la comida rápida más celebre, una masa frita con crema de queso, de nata o de salsa de ajo que se puede comer sola o aderezada con otros ingredientes. Y es que la gastronomía local es en Budapest, también, irresistible.