Cuatro villas medievales de cuento en Europa
La Edad Media es una incomprendida. Un periodo larguísimo (de un milenio) que siempre se pinta oscuro, zafio y maloliente, pero que, ante nuestros propios ojos se convierte en otra cosa cuando visitamos lo que queda de él en ciudades luminosas como Praga y en villas de belleza medieval sostenida como Gruyères, Carcasona u Oviedo.
Gruyères, la Suiza que imaginas

La postal más medieval de Suiza es la adoquinada calle principal de Gruyères, 300 metros con fuentes de piedra y sin automóviles que ascienden hasta un castillo del siglo XI. Lo característico de este pueblo es su fantástica conservación. La fortaleza acumula frescos y vidrieras de ocho siglos, más o menos los que la habitaron los relativamente poderosos Condes de Gruyères, que llegaron a emitir su propia moneda. Las casas del pueblo, de los siglos XV al XVII, tienen balcones de madera con geranios, vigas a la vista y rejas de forja; todo coloreado y cuidado con el mimo que les podemos suponer a los suizos desde el medievo. Por supuesto, Gruyères es la patria de un queso medieval con fama de agujereado: sus primeras referencias datan del siglo XII.

Sus restaurantes, también medievalizados a base de vigas, mesas y bancos de madera, deben de ser el lugar más propio de mundo para comer una fondue con vistas a las calles irregulares de flores en los balcones o a las montañas verdes y nevadas a la vez. Para el postre, a dos kilómetros de la villa se encuentra la fábrica de chocolate de Cailler, de 1825.

En un extraño giro, una de las mayores atracciones del pueblo es la casa museo de HR Giger, el creador de los oníricos decorados y los oscuros seres de las películas de Alien. Justo enfrente, una cafetería alienígena y espacial permite elegir si tomarse una jarra de cerveza en el regazo de un alien o en la sala de descanso de la nave Nostromo. La mejor manera de llegar aquí no es medieval, es decimonónica: un tren que se puede tomar en Zurich, a la que puedes volar desde 7.500 Avios por trayecto, y se convierte en panorámico a medida que va desvelando el valle y el pueblo de Gruyères desde muy lejos.
Carcasona, una Edad Media de cuento de hadas

Si se ignora a los cascarrabias que advierten de que las murallas y las almenas de Carcasona se reconstruyeron en el siglo XIX con un criterio historicista más bien fantasioso y pastichero, el visitante podrá entregarse a un paseo feliz por una Edad Media tan de cuento de hadas que, se dice, inspiró el castillo de La bella durmiente de Disney. La ciudad, a poco más de una hora de Toulouse y a la que puedes volar desde solo 4.500 Avios por trayecto, está rodeada por 52 torres y tiene dos muros concéntricos que le dan cierta cualidad de laberinto cuando uno está dentro.

El Château Comtal (cerrado temporalmente) y la basílica románica y gótica de St. Nazaire son los dos hitos principales de la visita, pero lo más memorable es el paseo de ronda por las almenas, con vistas a un largo paisaje de girasoles y lavanda que concluye en los Pirineos. Desde allí también se alcanza Le Pont Vieux, el puente sobre el río Aude que une La Cité medieval con La Ville Basse, del siglo XIV.
Praga, el medievo de las luces
Praga, la de las cien torres, presidida por un Castillo que transmite a toda la ciudad su carácter sólidamente majestuoso, demuestra que la Edad Media Europea no fue sólo la época oscura y atrasada que se pinta. Todo el brillante trazado del barrio de Mala Strana, del siglo XIII, el corazón de la Ciudad Vieja, es una muestra tangible de cómo se vivía entonces.

Sus edificios góticos están excepcionalmente conservados, como la catedral de San Vito, de altos ventanales ojivales de piedra decorados con vidrieras pintadas y capillas ornamentadas. Como las torres estilizadas de la iglesia de Nuestra Señora de Týn y el conjunto de edificios del Ayuntamiento Viejo, con su reloj astronómico, el primero de Europa.
Lo bueno de Praga es que no detuvo su esplendor en aquella época y el viajero tiene a su alcance una fascinante capital que combina palacios renacentistas, neoclasicismo con buen gusto, funcionalismo y vanguardias europeas.
Oviedo, precursora del románico
El casco histórico de Oviedo, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad, corresponde básicamente a la Oviedo del siglo XIII, la ciudad redondeada por una muralla. Sus puntos clave eran la antigua iglesia de San Salvador (la Catedral gótica actual, que contiene la Cámara Santa del edificio prerrománico original), el monasterio de San Vicente (hoy, Museo Arqueológico), los palacios reales, los baños, las fuentes (la de la Foncalada es la única que se conserva) y un cementerio. Recorrer esas callejuelas entre restos prerrománicos y sidrerías que siguen sirviendo algunas de las tapas que ya se pedían en la Edad Media es un lujo anacrónico único en Europa. Eso desde el punto de vista del paseante ocioso, porque el viajero informado tiene la posibilidad de entrar en el Museo Arqueológico de Asturias para darle contexto a la Oviedo medieval y ojear los fragmentos prerrománicos exhumados.

Y una última recomendación: San Julián de los Prados, la iglesia de Santullano, es aún más antigua que las dos anteriores y cuenta con frescos sorprendentemente bien conservados en su interior. El misterio de su decoración no figurativa, a base de patrones geométricos, apela a las ornamentaciones islámicas.
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